Del español al hispanismo: Docencia e investigación

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3 Del español al hispanismo: Docencia e investigación

4 Philologica Wratislaviensia: Studia Iberica et Latinomericana Editores: Zdzisław Wąsik et Małgorzata Kolankowska Curator: Piotr Sawicki CONSILIUM EDITORIUM Juan Carlos Cruz Suárez (Aarhus) Gaspar Garrote Bernal (Málaga) José Luis González Esteban (Elche) José Mateo Martínez (Alicante) Fernando Navarro Domínguez (Alicante) Agata Orzeszek (Barcelona) Jacek Perlin (Warszawa) Bogdan Piotrowski (Bogotá) Jacek Pleciński (Wrocław) Barbara Stawicka-Pirecka (Poznań) Francisco Torres Monreal (Murcia) Eugeniusz Ucherek (Wrocław) Vol. I PHILOLOGICAL SCHOOL OF HIGHER EDUCATION IN WROCŁAW PUBLISHING

5 Zdzisław Wąsik Małgorzata Kolankowska (eds.) Del español al hispanismo: Docencia e investigación WYDAWNICTWO WYŻSZEJ SZKOŁY FILOLOGICZNEJ WE WROCŁAWIU

6 Niniejszy tom recenzowany w oparciu o zasadę opinii niejawnej redakcji i członków komitetu doradczego został wydany nakładem środków finansowych Wyższej Szkoły Filologicznej we Wrocławiu. STRESZCZENIE. Zdzisław Wąsik, Małgorzata Kolankowska (eds.) 2012: Del español al hispanismo: Docencia e investigación. Wrocław: Philological School of Higher Education in Wrocław Publishing (Philologica Wratislaviensia: Studia Iberica et Latinoamericana. Vol. I. Editores: Zdzisław Wąsik, Małgorzata Kolankowska). 251 pp. ISBN SŁOWA KLUCZOWE: historia Hiszpanii, hiszpańskie imperium kolonialne, Ameryka Łacińska, tożsamość narodowa, relacje polsko-hiszpańskie, językoznawstwo hiszpańskie, nauczanie języka hiszpańskiego ZDZISŁAW WĄSIK, rektor, profesor zwyczajny i kierownik Katedry Lingwistyki Semiotycznej i Komunikologii w Wyższej Szkole Filologicznej we Wrocławiu; profesor zwyczajny w Uniwersytecie im. Adama Mickiewicza w Poznaniu i profesor wizytujący w Karkonoskiej Państwowej Szkole Wyższej w Jeleniej Górze; członek rzeczywisty i dyrektor regionalnego biura koordynatorów Europy w Międzynarodowym Instytucie Komunikologii w Waszyngtonie MAŁGORZATA KOLANKOWSKA, latynoamerykanistka specjalizująca się w problematyce mediów, wykładowca i koordynatorka programów nauczania studiów hispanistycznych w Katedrze Neofilologii Wyższej Szkoły Filologicznej we Wrocławiu Copyright by Wyższa Szkoła Filologiczna we Wrocławiu, Wrocław 2012 Skład, łamanie i opracowanie tekstu: Zdzisław Wąsik Korekta wydawnicza: Sylwia Rudzińska, Barbara Woldan Korekta językowa: Miguel Ángel Cruzado Aquino Projekt okładki: Piotr Czekajło ISBN WYŻSZA SZKOŁA FILOLOGICZNA WE WROCŁAWIU ul. Sienkiewicza 32, Wrocław tel , fax , wsf@wsf.edu.pl Wydanie I. Nakład 200 egz. Ark. wyd. 15,69

7 Contenido JIŘÍ CHALUPA En busca de los tiempos perdidos. El carlismo y su lugar en la historia contemporánea de España (Apuntes interpretativos) FILIP KUBIACZYK Między kolonizowaniem a byciem kolonizowanym. Hiszpania i Polska w perspektywie postkolonialnej ANNA RZEPKA Filipiny w świetle rękopisów ze zbioru berlińskiego przechowywanego w Bibliotece Jagiellońskiej w Krakowie AGNIESZKA GWIAZDOWSKA Związki porównawcze z komponentem zoonimicznym w języku polskim i hiszpańskim. Rola frazeologii w dydaktyce języków obcych ÁGATA CÁCERES SZTORC Respuestas sobre la realidad latinoamericana a través de su historia GASPAR GARROTE BERNAL El Cántico espiritual, poema ovidianista MAKSYMILIAN DROZDOWICZ Las conexiones literarias entre España y Paraguay AMÁN ROSALES RODRÍGUEZ Colonialismo y modernidad: El legado hispánico y su impacto latinoamericano según Octavio Paz RICARDO HERNÁNDEZ DELVAL Roberto Bolaño y el canon DANUTA KUCAŁA Temas de España e Hispanoamérica en la prensa polaca contemporánea. Medios lingüísticos en su presentación

8 6 Contenido KAMILA BIELAK-SZCZOTKA Misión, visión y valores de las universidades españolas desde el punto de vista lingüístico IWONA IGNASIAK-SKUROWSKA Acerca de la fragilidad La cuestión de la identidad en Crónica de desamor de Rosa Montero JANA VESELÁ Los contenidos elearning en la enseñanza del español a nivel universitario MAŁGORZATA SPYCHAŁA La importancia de la competencia intercultural en la interpretación de diferencias culturales en la enseñanza de ELE MIGUEL ÁNGEL CRUZADO AQUINO Problemas de la enseñanza de los tiempos de indicativo a hablantes de polaco MIGUEL ÁNGEL CRUZADO AQUINO Comparaciones estereotipadas en español y sus equivalentes en polaco ALEKSANDER WIATER Rozwijanie kompetencji interkulturowej na przykładzie wybranych podręczników do nauki języka hiszpańskiego ANNA LEDWINA Poetyckość, sensualizm i malarskość prozy Sidonie-Gabrielle Colette RUBÉN DARÍO TORRES KUMBRÍAN, JUAN DE DIOS IZQUIERDO COLLADO Modelo de cambio socioeconómico estructural inclusivo para América Latina...241

9 JIŘÍ CHALUPA UNIVERZITA PALACKÉHO V OLOMOUCI En busca de los tiempos perdidos. El carlismo y su lugar en la historia contemporánea de España (Apuntes interpretativos) Nada es tan semejante a un alzamiento de españoles revolucionarios, como un alzamiento de españoles reaccionarios. Benito Pérez Galdós (Brenan 1994: 340) Carlismo o antiliberalismo? Por más que un hombre de ciencia de nuestra época posmoderna pueda abrigar ciertas dudas acerca de la obsesión de los empedernidos buscadores de definiciones, cabe explicar al menos brevemente y sin pretensión de barajar fórmulas exactas y definitivas qué es lo que entendemos por el carlismo. Raymond Carr, el decano de los hispanistas anglosajones, veía en el carlismo una forma clásica de contrarrevolución. Otro historiador británico, Martin Blinkhorn, opinaba que se trataba de un movimiento legitimista de masas sin equivalentes estrictos en el extranjero y tildaba el carlismo de una de las curiosidades de la historia europea contemporánea 1. Jordi Canal afirma que se trata de un movimiento sociopolítico de carácter antiliberal y contrarrevolucionario, nacido a finales del Ancien Régime 2. Jaume Vicens habla de un 1 La polémica acerca de la singularidad del carlismo en el contexto de la historia europea es ferviente y parece que no tendrá ningún desenlace definitivo ya que los argumentos de los dos grupos opuestos tienen mucha validez. Unos opinan que el carlismo pensando en sus características ideológicas, en sus objetivos políticos, en su acento puesto en la cuestión dinástica y al mismo tiempo en la restauración de una monarquía absolutista es un típico legitimismo tradicionalista de la derecha ultraconservadora y no ven grandes diferencias entre los carlistas y, p. ej., los miguelistas portugueses o los legitimistas borbónicos en Francia. Otros insisten en que la diferencia sustancial radica en la extraordinaria longevidad del carlismo, casi dos siglos de luchas intensas, y en la inmensa fuerza de la huella que ha dejado en la historia contemporánea de España. Para más detalles véase por ejemplo Chalupa 2008: Estas citas las encontramos en el prólogo al libro de Jordi Canal (Canal 2000: 9 27) donde el autor ofrece un brillante resumen de las posibles interpretaciones ideológicas del carlismo. PHILOLOGICA WRATISLAVIENSIA: STUDIA IBERICA ET LATINOAMERICANA I

10 8 Jiří Chalupa movimiento armado del catolicismo español, intransigente frente a cualquier novedad espiritual la versión política de una espiritualidad tradicionalista, en un país económicamente pobre, técnicamente atrasado y socialmente conservador (Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 143). Analizándolo en un contexto histórico más amplio, el carlismo es probablemente alguna especie de reacción de la legendaria España vieja a los retos y desafíos de los nuevos tiempos, representados sobre todo por el liberalismo y el capitalismo. Y como la España vieja en el siglo XIX es todavía muy grande y muy fuerte, mientras que la España nueva más bien pequeña y débil 3, la lucha será extremadamente dura y equilibrada. Recordemos que según estiman los historiadores, en la primera guerra carlista ( ) las cifras de muertos de ambos bandos oscilan entre y víctimas 4, Para comparar, en el caso de la gran Guerra Civil del siglo XX, cien años después, se escribe acerca de unos muertos entre militares y unas víctimas entre la población civil 5. Hay que añadir, sin embargo, que en los años treinta del siglo XX, España ya tenía unos 25 millones de habitantes, es decir, el doble en comparación con la época de la primera guerra carlista. Quiénes eran los que formaban la España vieja que se rebelaba ante la modernidad? Muy acertadamente lo resume Josep Carles Clemente: Las guerras carlistas ponen de manifiesto un problema crucial: la resistencia de las clases populares españolas sean campesinas, artesanas o urbanas o pequeña nobleza rural a integrarse en las nuevas formulaciones del liberalismo económico. Por qué? Por una simple razón: con el sistema liberal empeoraba ostensiblemente su ya penosa situación (Clemente 2000: 37). Los liberales, gente urbana, intelectuales de las grandes ciudades, no se interesaban mucho por la España rural, por el campo y sus problemas. Sus tímidos intentos de cierta reforma agraria, las desamortizaciones de Mendizábal y de Madoz, fracasarán por completo. No surgirá la deseada clase media rural, apoyo fiable de una sociedad próspera, estable y democrática. En muchos casos todo lo contrario, en las subastas las tierras disponibles las obtienen los ricos de la ciudad, que luego ni siquiera acuden a sus nuevas granjas y dejan su 3 En 1834, en el comienzo de la primera guerra carlista, España cuenta con unos doce millones de habitantes, pero la ciudad más grande del país, Madrid, apenas sobrepasa habitantes y en Cádiz, en el puerto más importante de España, viven personas. Un 80 por ciento de los españoles por aquel entonces vivían en pueblos con menos de habitantes. 4 Véase p. ej. Díez Torre, Alejandro R. 1998: La eterna polémica acerca de las cifras de muertos en la Guerra Civil queda resumida p. ej. en Chalupa 2002, concretamente en el capítulo 8. Viva la muerte, Ať žije smrt: Represe a oběti války,

11 En busca de los tiempos perdidos 9 explotación en manos de los capataces que a veces se comportarán con sus súbditos aún peor que los dueños de ayer. Josep Fontana en su hoy ya bastante famoso artículo Crisi camperola i revolta carlina (1980) argumentaba que los campesinos no se habían incorporado a la facción por su religiosidad o por su amor a la tradición y al pretendiente, sino que protestaban de forma activa contra un proceso revolucionario que les marginaba (cit. en: Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 148). No obstante, el carlismo no significaba solamente una protesta de los campesinos. La llegada del capitalismo y liberalismo provoca una gran metamorfosis tanto de las clases acomodadas e influyentes, como de casi todos los demás sectores de la sociedad española de aquel entonces. El artesano de la ciudad también se ve amenazado por la fábrica y sus máquinas. Al igual que el cura párroco siente pánico al ver la iglesia vacía porque los parroquianos buscan otras recetas ideológicas, ya sea ácratas, socialistas, o una simple irreligión. Y los habitantes de las regiones periféricas, sobre todo los no españoles, es decir, los vascos y los catalanes, observan traumatizados cómo los ataca un centralismo agresivo y eficaz del nuevo Estado liberal. Ya en 1834 el carlista Antonio Taboada de Moreto se queja: El nuevo despotismo llamado centralización, introducido con la dominación Cristina por los mismos autores de la constitución gaditana, ha cambiado todas las instituciones protectoras de nuestra libertad; y a pesar de sus fementidas protestas [de los carlistas], sin respetar fueros, costumbres ni privilegios ha destruido el respetable patrimonio de nuestros abuelos (cit. en Bullón de Mendoza 1998: 23). Y hay que añadir al menos un comentario explicativo más. Uno de los motivos de la sorprendente popularidad del movimiento ultratradicionalista en España hay que buscarlo, en nuestra opinión, en la nostalgia histórica que sufrían los españoles a lo largo del siglo XIX. La gente que en aquella centuria se vio obligada a presenciar la lúgubre descomposición del gran Imperio, acompañada por una vergonzosa pérdida del prestigio español en todos los aspectos imaginables, por supuesto volvía sus miradas hacia las épocas presuntamente más felices, como las de los primeros monarcas de la casa de Austria, cuando el mundo entero temblaba frente a los tercios del invicto ejército español y admiraba los gigantes de la cultura europea como El Greco, Velázquez, Lope de Vega o Cervantes. Cuando un Siglo de Oro se está tornando un Siglo de Chatarra Oxidada, se producen traumas. Muchos españoles decimonónicos han recurrido a una terapia basada en una ideología arcaizante que ofrecía, con nostalgia y anacronismo, una marcha contra la corriente del tiempo histórico, una vuelta al pasado glorioso, a la época de los titanes. Es sintomático el hecho de que en la vecina Francia, donde también por

12 10 Jiří Chalupa aquel entonces existía un fuerte movimiento legitimista, no encontramos entre los tradicionalistas esta tendencia tan pronunciada de buscar los tiempos perdidos, puesto que Francia seguía siendo una de las potencias mundiales más poderosas y prestigiosas y la tentación de huir ante un presente desolador a un pasado reconfortante entre los franceses no era ni muchos menos tan fuerte. De todos estos elementos mencionados surgirá el movimiento carlista, una amalgama contrarrevolucionaria en palabras de Jordi Canal (Canal 2000: 120). Sin duda un movimiento mucho más amplio que un simple legitimismo dinástico. Parece evidente que los carlistas existían ya antes de la aparición de la figura de Don Carlos por aquel entonces solían llamarse apostólicos, absolutistas o realistas exaltados 6 y seguirán unidos, a veces bajo la etiqueta de tradicionalistas, incluso en tiempos cuando no hay ningún Carlos y los pretendientes al trono se llaman Juan, Jaime, Alfonso Carlos, Javier o Carlos Hugo 7. En las filas carlistas se agrupaban todos los que no estaban de acuerdo con el rumbo que estaba tomando la vida española bajo la influencia de los liberales. Se puede interpretar este conglomerado, ideológicamente muy heterogéneo, más bien como antiliberal y/o antimodernista que como carlista. La persona del pretendiente, los lemas como D. P. R. (Dios, Patria, Rey), la muy vaga ideología (de la que hablaremos más adelante) servían más bien como una amplia plataforma para todos los que querían expresar su ferviente protesta frente a los nuevos tiempos. Como resume Julio Aróstegui: El carlismo en España representó siempre la defensa de la antigua sociedad de tradición estamental, del orden social de inspiración teocrática, de la economía preliberal, de las formas culturales y religiosas fuertemente informadas por la preeminencia ideológica de la Iglesia, la prevención frente a la cultura urbana y la resistencia del campesinado a cambiar sus formas tradicionales de vida (Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 17). Un movimiento histórico o un mero paréntesis? A pesar de las tres guerras civiles y pese al sinnúmero de partidas, intentonas, levantamientos, rebeliones, bandidaje de trabucaires y otra 6 Escribe Julio Aróstegui que: La cuestión de los derechos dinásticos es un problema muy posterior al desencadenamiento de la dialéctica revolución/contrarevolución en los orígenes de la España contemporánea. Historia de España. Historia 16, Madrid, 1986, p Carlos V ( ), Carlos VI ( ), Carlos VII ( ), Juan III ( ), Jaime III ( ), Alfonso Carlos I ( ), Javier I ( ), Carlos Hugo I (desde 1975).

13 En busca de los tiempos perdidos 11 mucha actividad de todo tipo, durante una buena parte del siglo XIX los historiadores, en su mayor parte de tendencias liberales, trataban de retratar el carlismo como un fenómeno secundario, poco digno de atención de los estudiosos, como meros efectos colaterales de la Gran Revolución Liberal. Eduardo González Calleja lo formula de la siguiente manera: la historiografía liberal clásica, que relegó el carlismo al rango de simple epifenómeno de la revolución; un movimiento reaccionario sin auténtico arraigo de masas, cuyo componente popular sería producto de la miseria y de la ignorancia manipuladas por los ideólogos del carlismo, especialmente el clero (Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 143). Juan Antonio Hormigón es aún más tajante al respecto: La historiografía española del pasado siglo se situó resueltamente en el campo de la oligarquía surgida de la Desamortización e intentó ser su sancionador ideológico de hechos consumados. Hubo intentos parciales de analizar la historia con perspectiva revolucionaria, pero éstos centraron sus objetivos en las influencias de las transformaciones realizadas y consideraron el Carlismo como algo que no valía la pena tratar. Era un mal sueño, una pesadilla. Sólo ciertos historiadores o publicistas reaccionarios se ocuparon del tema, convirtiéndose en meros instrumentos hagiográficos de propaganda, sustituyendo el ditirambo laudatorio por cualquier relato objetivo de los hechos, ya no digo análisis (Hormigón 1977: 119). Parece extraña esta larga conspiración de silencio cuando sabemos que el carlismo belicoso convirtió una gran parte del siglo XIX en un campo de batalla, desencadenando tres importantes enfrentamientos armados con el Estado liberal 8 y tornándose en el rival más peligroso para la nueva clase gobernante de la España decimonónica. Pues bien, si el siglo XIX español suele presentarse como un periodo lleno de caos, violencia e inestabilidad netamente proverbial, una parte sustancial de la responsabilidad es posible achacársela precisamente a los carlistas. Jordi Canal escribe que: La guerra civil, abierta o en estado latente, fue la espina dorsal del siglo XIX español (Canal 2000: 21). Alejandro Nieto denomina directamente toda la época que se extiende desde 1808 hasta 1876 guerra civil (Nieto 1996: 33) y Unamuno añade que eran tiempos cuando era lógico: sentir la paz como fundamento de la guerra y la guerra como fundamento de la paz (cit. en Canal 2006: 21). Hoy en día la situación ya ha cambiado considerablemente y quedan muy pocos historiadores que osen restarle la importancia histórica al mo- 8 Dos grandes guerras civiles, extremadamente sangrientas y destructivas ( , ), y un conflicto de dimensiones más modestas, sin embargo, en ningún caso insignificante ( ).

14 12 Jiří Chalupa vimiento tradicionalista y sus peculiares andanzas. A modo de pequeña muestra hemos elegido tres breves comentarios de prestigiosos historiadores que subrayan el papel crucial del carlismo en los sucesos españoles de los últimos dos siglos. Jordi Canal: El carlismo constituye uno de los principales protagonistas de la historia contemporánea de España (Canal 2000: 9). Julio Aróstegui: La contrarrevolución tuvo en nuestro país como protagonista principal y arquetípico, aunque no exclusivo, al movimiento político, social e ideológico conocido como carlismo (Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 11). José Álvarez Junco: No es exagerado decir que el carlismo fue el más importante movimiento político-social de la España del siglo XIX (Álvarez 2001: 361). Incluso hay autores que ponen de relieve la importancia del legitimismo carlista a nivel europeo, haciendo destacar la longevidad y persistencia del movimiento tradicionalista en España, fenómeno inaudito en otras latitudes del continente. Como escribe Jordi Canal: Entre los movimientos contrarrevolucionarios legitimistas europeos, únicamente el carlismo sobrevivió con una cierta fuerza tras la etapa de crisis que estos vivieron en los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XIX. Eso lo distingue, por ejemplo, del miguelismo portugués o del legitimismo francés, con los que, por otro lado, tantos elementos lo hermanan (Canal 2006: 19). Al fin y al cabo, el carlismo, tras tres dolorosas derrotas en las guerras del siglo XIX, en los años treinta del siglo XX tiene todavía suficientes fuerzas para participar, mediante el heroísmo de los requetés, muy activamente en la Guerra Civil y tan sólo después de conseguir la deseada victoria y después de formar parte del bando vencedor caer en una auténtica insignificancia 9, desarmado, desarticulado y al final reducido a una especie de claque por Franco, un maestro insuperable en las artes de una política superpragmática y cínica. No obstante, nosotros tenemos la sensación de que pese a todos los argumentos arriba expuestos ni siquiera en la actualidad el carlismo es interpretado con la debida seriedad. Y eso por una razón bastante simple. Desde la perspectiva del siglo veintiuno, los panoramas retrospectivos parecen muy quizás demasiado transparentes y nítidos. El triunfo final del liberalismo, la restauración de la casa borbónica en el trono español, la construcción de una monarquía constitucional, la democracia, el Estado de Derecho, una modernización inaudita de la sociedad española. Hoy prevalece la sensación de que los resultados no podrían haber sido distintos, todo parece lógico, todo encaja. Mas según nuestra 9 Jordi Canal ha acuñado el término carlismo crepuscular para describir la época más triste de la historia carlista (Aróstegui, Canal, Calleja 2003: 123).

15 En busca de los tiempos perdidos 13 opinión semejante perspectiva se debe a la típica ilusión de los vencedores. Las guerras carlistas, los más de cuarenta pronunciamientos y golpes de Estado, que contó el historiador Gabriel Cardona entre 1814 y 1886 (Cardona 1996: 14), el fracaso trágico de los dos ensayos republicanos, la pesadilla de la Guerra Civil, en la que todo el mundo, en palabras de Albert Camus, aprendió que uno puede tener razón y sin embargo ser vencido (cit. en: Moradiellos 2005: 18), los casi cuarenta años de la obsoleta, rancia y represiva dictadura franquista; todo eso no son, a nuestro parecer, tan sólo paréntesis y callejones sin salida en una marcha imparable de España hacia la democracia, el liberalismo y la modernidad, sino que se trata de unas auténticas encrucijadas, en las que se decidía, sin saber de antemano los resultados, el futuro de España. Nosotros estamos firmemente convencidos sin hundirnos en las aguas seductoras de la historia contrafactual de que la encrucijada carlista fue una de las más cruciales y decisivas. Una ideología seria o un cuento de hadas romántico? Tratar de analizar la ideología carlista es una auténtica lucha contra los molinos de viento, ya que los carlistas a la hora de tener que formular sus fines y objetivos se volvían extremadamente vagos y confusos, reemplazando por palabrería y patetismo unas propuestas concretas. 10 Cuando en el verano de 1826 el rey Fernando VII tiene que enfrentarse con una grave y urgente crisis, tanto económica, como social y política, su hermano Carlos el posterior padre-fundador del carlismo y su verdadero símbolo viviente le dirige una carta en la que le da unos consejos dignos de recordar: Lo primero, la gloria de Dios, el fomento y esplendor de su santa religión, que haya santo temor de Dios, y con esto haya buenas costumbres, virtudes, paz, tranquilidad, alegría y todo; esto es lo que debes procurar por todos los medios y modo, y consiguiendo esto verás qué vida tan dulce, tan tranquila y tan larga te concede el divino Maestro (Álvarez 2001: 360). Suena tan ingenuo, tonto e infantil que parece casi conmovedor. El historiador Miguel Artola es muy tajante a la hora de valorar el programa político del primer don Carlos y escribe que su ideología es de una pobreza que no admite exégesis posible. No aparece ni una sola idea fuera de la total entrega a la voluntad de Dios (Artola 1999: 884). Y con el 10 Véase al respecto p. ej. Chalupa 2007:

16 14 Jiří Chalupa tiempo el estilo apenas va cambiando. Casi veinte años más tarde, en 1843, el carlista Vicente Pou publica la siguiente doctrina : La Religión Santa en toda su dignidad y pureza; la Soberanía del Rey sin división que la destruya, o inutilice su acción benéfica; la conservación de la dinastía reinante según la ley de su Augusto Fundador; el vigor de las leyes y fueros antiguos; la extirpación de abusos y vicios de administración, que una larga serie de errores y vicisitudes calamitosas habían introducido; la noble y honrosa independencia de la Nación con la prosperidad de todas las clases del Estado, he aquí sus deseos y su objeto (Pou 2010 /1843/: 136). Y otros treinta años más tarde, el pretendiente mismo al trono español, Carlos VII, conduce sus tropas a las batallas sangrientas con la siguiente poesía : Amo a España como a una hija del corazón; y Dios, que ve el de los hombres, sabe que sueño con la gloria de esta hidalga tierra, hasta el punto de imaginar, que acaso está destinada a ser iniciadora de la purificación de la activa e inteligente raza latina, derramada en ambos Continentes como vanguardia indispensable de la civilización cristiana (cit. en Bullón de Mendoza 1998: 133). Sería difícil, si no imposible, presentar semejantes discursos como un programa político. Mas por lo visto, palabras y frases de este tipo, poéticas, patéticas, conmovedoras, servían eficazmente como propaganda para atraer a los hombres que, descontentos con el gobierno liberal de Madrid, estaban dispuestos a ofrecerle a su querido Principito todo lo que tenían, incluida su propia vida. Cómo era posible un milagro así? Estudiando la historia de España, tarde o temprano uno llega a la conclusión de que dentro del alma y corazón de los españoles durante siglos se escondía un espíritu muy romántico, aventurero, que se alimentaba de mitos y leyendas. Sean las de Santiago el Matamoros y el Cid Campeador que inspiraban a los caballeros de la Reconquista, sean las de El Dorado y las siete ciudades de Cíbola que empujaban a los conquistadores españoles en sus expediciones por el Nuevo Mundo, sean las de unidad de destino y misiones históricas para una España grande e imperial que movían a la inquieta figura de José Antonio Primo de Rivera. El carlismo igualmente era más bien un mito y leyenda que un programa político. Como muy acertadamente comentó Gerald Brenan: Latía como una tradición romántica y sentimental en el norte de España, en el seno de algunas familias. Excitaba el sentimiento del honor caballeresco y quijotesco, hacia el que se sienten tan propensos los españoles (Brenan 1994: 232). Los lemas de los tradicionalistas, como por ejemplo los versos del poeta Hernando de Acuña, escritos en 1540(!): Una grey y un pastor sólo en el mundo. Un monarca y un imperio y una

17 En busca de los tiempos perdidos 15 espada, evocan una atmósfera propia más bien de una epopeya fantástica del tipo de El Señor de los Anillos que una ideología realista y una política cotidiana. En España siempre prosperaban mucho las leyendas sobre los mártires y sobre los guerreros, el carlismo ofrecía una genial síntesis de los dos temas al mismo tiempo. Antonio Aparisi y Guijarro recuerda una de las historias que tanto excitaban las almas carlistas: Un día entró en casa uno de esos ancianos que acababa de llegar de cierta provincia de España, al cual le oí estas palabras, que debieran escribirse con letras de oro en láminas de bronce, y que yo escribo sobre este frágil papel, con la esperanza de que se graben en el corazón de todos los españoles: Vengo dijo con gran sencillez a ponerme a las órdenes de Don Carlos. Mi padre y dos hermanos míos murieron por su abuelo en el campo; sólo quedamos ya tres hermanos para morir (Aparisi y Guijarro 1951: 17). El carlismo representaba una posibilidad de aventura y un remanso de paz al mismo tiempo. Un hombre podía satisfacer sus ambiciones masculinas luchando por la Causa y en este caso no era tan importante de qué Causa en concreto se trataba y con esta lucha a la par protegía a su familia, su entorno, a sí mismo contra los peligros del mundo moderno que introducía desorden, sacaba de quicio y lo complicaba todo. En uno de los manifiestos (en concreto en el fechado el 15 de agosto de 1822) de la llamada Regencia de Urgel, los realistas ultratradicionalistas, directos precursores del carlismo, hablaban de los españoles como de unos huérfanos, envueltos en partidos, sin libertad y sumergidos en el caos (Canal 2000: 35). Desde este punto de vista la ideología carlista servía como un gran puerto en el que pueden arribar barcos muy variados, de cascos y tonelajes diferentes, con distintos cargos a bordo, pero todos con tripulación asustada, en busca de un refugio seguro frente a la tempestad. El país carlista y la patria chica El carlismo siempre ha sido un tema bastante molesto para los historiadores marxistas ya que el hecho de que los explotados estén luchando codo con codo con sus explotadores contra sus presuntos libertadores no encajaba absolutamente en los pulcros esquemas científicos de la dialéctica histórica de Karl Marx. Pensándolo bien, en el fondo no se trataba de un fenómeno tan inexplicable, baste con volver a mencionar las características del liberalismo español, un liberalismo débil, inseguro, por lo tanto a veces intolerante, hasta fanático, urbano, indiferente, si no direc-

18 16 Jiří Chalupa tamente hostil hacia el campo. 11 Desde la perspectiva de muchos campesinos los liberales no eran sus libertadores, sino más bien sus esclavistas en muchos sentidos. Las desamortizaciones no repartían tierras confiscadas a la Iglesia entre los campesinos pobres, como ya se había dicho arriba, sino que en muchos casos incluso quitaban las tierras comunales a los aldeanos y las ponían en subastas, desequilibrando aún más la precaria vida rural. El pan del labrador sabe amargo por estar mojado de sudor decía un refrán de aquellos tiempos (Brenan 1994: 358) y los intelectuales urbanos con sus panfletos acerca de los derechos humanos hicieron muy poco para hacer el pan del labrador más dulce. Pero el fenómeno del apoyo masivo del carlismo por parte de los habitantes del campo merece una matización más profunda. En realidad, el ejército carlista no se reclutaba de entre los campesinos más pobres y desesperados. Los jornaleros nómadas que vagaban de un latifundio al otro en búsqueda de trabajo y comida no vivían en el País Vasco, Navarra o en el campo catalán, aragonés y castellano (y añadamos El Maestrazgo, la muy específica y difícilmente accesible región montañosa en las fronteras de Aragón y Valencia) que era el auténtico país carlista. Estos pobres diablos proliferaban sobre todo en el sur, en Andalucía y Extremadura, y con el tiempo se buscarían un nuevo credo que no sería carlista sino anarquista o socialista. El carlismo tampoco prosperaba mucho en Galicia o Asturias donde los minifundistas apenas respiraban bajo el peso de su eterna pobreza, de sus deudas y de los trucos sucios de los abogados de la ciudad. El país carlista en realidad se basaba en la agricultura más próspera de la España decimonónica (el boom de la agricultura valenciana vendrá en el siglo XX), en el caserío vasco y navarro, en las granjas del campo catalán. No es que sus habitantes fueran ricos, pero tampoco sufrían pobreza. Vivían con relativa tranquilidad y comodidad de cosecha a cosecha, sin temer las terribles sequías del centro y del sur de la geografía ibérica. En su mayor parte poseían las tierras que labraban, compartían con sus vecinos grandes extensiones de tierras comunales (campos, pastos, prados, bosques) lo cual fortalecía mucho la solidaridad de la comunidad. Era y en muchos casos sigue siendo gente muy católica, profundamente conservadora, tradiciona- 11 Habría que añadir también otros puntos débiles del liberalismo español decimonónico: p. ej. un desprestigio total de la democracia por las manipulaciones escandalosas de las elecciones; la ineptitud de muchos líderes liberales que en lugar de en política seria y pericia a veces basaban sus carreras públicas en politiquería vergonzosa y en corrupción y nepotismo; la incapacidad a veces probablemente deliberada de acabar de una vez por todas con el caciquismo que envenenaba la atmósfera en el campo y convertía a los campesinos en enemigos declarados del gobierno, y un largo etcétera.

19 En busca de los tiempos perdidos 17 lista, que desconfiaba de todo lo moderno y extranjero. Estos campesinos veían con gran disgusto como el liberalismo para ellos una diabólica importación de la muy atea Francia amenazaba mortalmente su modo de vivir que no había cambiado desde hacía siglos. Como escribe Josep Termes: Al mismo tiempo, en el campo catalán y más específicamente en la montaña, el surgimiento del fenómeno carlista y su prolongación a lo largo del siglo XIX demuestra la pervivencia de una mentalidad campesina particularista, que reivindica la devolución de los fueros o antiguas leyes del Principado. El carlismo, ideológicamente reaccionario, es apoyado por los pequeños propietarios agrarios y por los jornaleros del campo es decir, por las clases populares rurales que defienden el mantenimiento de las tradiciones patriarcales contra las innovaciones centralizadoras y desnacionalizadoras que comportaba el nuevo Estado liberal, unitario y burgués (Termes, Riquer, Rodés 1985: 5 6). Indudablemente no era casualidad que el país carlista se formara en las regiones de la Península que más afectadas se veían por la llegada de la revolución industrial y del capitalismo moderno, pues son precisamente las grandes ciudades de Euskadi y Cataluña, Bilbao y Barcelona, las que a lo largo del siglo XIX se van convirtiendo en los principales baluartes de la industria, de las fábricas, del liberalismo y de la modernidad. Frente a tal barbarie surgirá en los corazones duros y curtidos de los campesinos vascos y catalanes la idea de construir una isla, un oasis de la prosperidad, tradición, armonía, de lo inmutable, un remanso del tiempo detenido. Muchos de los norteños lucharán por este ideal más que por un monarca concreto o por un ideario vagamente definido. Al fin y al cabo, la idea de una isla aislada del mundo corrupto se repetirá una vez más en tiempos modernos, después de la Guerra Civil, cuando Francisco Franco en los primeros años de su dictadura intentará erigir detrás de los Pirineos una isla del anticomunismo. Con los mismos resultados que los carlistas; pero la historia española está repleta de misiones quijotescas. Y luego está presente el fenómeno de la patria chica. Es evidente que desde la época de los Reyes Católicos hasta hoy los gobiernos centrales, en mayor o menor grado y medida, están tratando de crear un auténtico Estado español unificado. Unos celebrarán ciertos éxitos, p. ej. los Borbones con su campaña centralizadora a lo largo del siglo XVIII, otros fracasarán estrepitosamente, en cualquier caso, la tarea sigue pendiente incluso a principios del siglo XXI. El autor del presente texto ha tenido, en los últimos diez años, el honor de haber dirigido un par de tesinas en las que las estudiantes con su propia investigación, incluidas las encuestas y entrevistas, han demostrado claramente que en algunas regiones de

20 18 Jiří Chalupa España la identificación con lo español (Castilla, Madrid, centro, Estado, etc.) es mínima y una importancia mucho más grande la tiene la identificación con la patria chica, el pueblo, la comarca, la región. 12 Desde este punto de vista el carlismo es también un movimiento que agrupa a todos los que quieren oponerse al centralismo castellano y madrileño, a un fuerte gobierno nacional, hasta a la misma existencia de una nación española. Como escribe Julio Álvarez Junco: Quizás nunca estuvo tan claro como en el Trienio que la nación era un mito liberal, al que los absolutistas oponían la religión (Álvarez Junco 2001: 351). No es que los pretendientes carlistas fueran campeones de la autonomía regional, las investigaciones detalladas de Mari Cruz Mina o José Ramón Urquijo han demostrado de una manera convincente que la lucha por los fueros era, por parte de los monarcas carlistas, una estratagema puramente verbal. Mas los antiespañolistas vascos y catalanes sabían muy bien que un Estado carlista sencillamente no tendría tanta fuerza para imponer un centralismo puro y duro como el Estado liberal. Por lo tanto no escasean situaciones cuando los carlistas se unen en su lucha contra Madrid incluso con los republicanos catalanes, con los cuales, aparte de su odio visceral hacia la concepción del pueblo español como Castilla y los alrededores, no tenían absolutamente nada en común. Como escribe Josep Termes: En distintas ocasiones, las partidas insurrectas carlistas y republicanas democráticas aunaron sus esfuerzos (muy especialmente en los años , durante la Guerra dels matiners) contra el ejército isabelino. En definitiva, por encima de su credo político, hombres de la misma tierra se enfrentaban a las fuerzas de un Estado ajeno con el que no se sentían identificados (Termes, Riquer, Rodés 1985: 5 6). Desde una perspectiva más amplia, tanto en espacio como en tiempo, podría especularse en el caso del carlismo incluso con dicotomías como el frío cerebro occidental versus el corazón ardiente mediterráneo; el protestantismo occidental y septentrional racional, pragmático, ahorrativo, responsable versus el catolicismo mediterráneo emotivo, espontáneo, generoso, despreocupado; o incluso dinero y matemáticas versus fe 12 Por orden alfabético: Michaela Dragúňová (Universidad Matej Bel, UMB, Banská Bystrica, Eslovaquia), Príčiny a dôsledky neztotožnenia sa baskického národa s národom španielskym (Las causas y consecuencias de la no identificación del pueblo vasco con el pueblo español), 2009; Linda Hrbáčková (Universidad Palacký, UP, Olomouc, República Checa), El País Vasco en diálogos, 2004; Petra Jeglíková (UP), El nacionalismo catalán, 2003; Karin Murárová (UMB), Euskadi: una sociedad en conflicto. El nacionalismo vasco en los umbrales del siglo XXI, 2007; Kamila Oliberiusová (UP), La mitología asturiana, 2007; Judita Procházková (UP), La cultura asturiana, 2005; Veronika Suchánková (UP), La Cataluña de hoy, 2009.